FAMILIA, UN NUEVO CURSO PARA EDUCAR

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Ha empezado un nuevo curso. Todos cargados de libros, de materiales, ¿de ilusión y voluntad?, bueno, por lo menos de presencia. Todos camino de los centros de aprendizaje. ¿Dispuestos a educar y a ser educados? Eso ya es otro cantar. Cuántas veces se ha dicho que los centros educativos “no educan”. Si acaso, enseñan, instruyen, comunican conocimientos. Y otras veces, ¡cuantas!, mantienen , soportan, luchan por el orden y la disciplina, procurando no perder el norte del equilibrio y la sensatez. No siempre lo consiguen aunque lo intentan. Pero no educan. No transmiten, no contagian los valores que soportan la vida y la fortalecen, y la curten para sostener, como cimientos de la persona, los valores de la verdad, la felicidad y la razón. Eso viene de familia. Eso es alimento irrenunciable de los padres hacia los hijos. Esa es la razón de haber engendrado la vida para que crezca, honesta y sincera, en medio del mundo.

El curso de la educación de los hijos son tiene fecha. Ni empieza en septiembre ni acaba en junio. Pero sirve como fecha la de la reanudación otra vez del aprendizaje de los hijos para recordar a los padres la tarea irrenunciable que tienen: educar es una de las responsabilidades vitales de la familia. Y, en esa escuela de la familia, educar no es sentarse a la mesa para corregir ejercicios o para dar una lección puntual de conducta a los hijos. Educar es vivir, día a día, hora a hora, juntos los dos, padre y madre, la tarea de ser ejemplo de conducta en el cariño, la libertad, la responsabilidad y la alegría de la vida. Educar es transmitir unos valores que se practican, que se viven, que se sienten y en los que se cree. Educar es contagiar una fe religiosa que los hijos, si no la ven en los padres “jamás la vivirán”. ¿Por qué van a hacer algo que no ven en sus padres?

La implicación de los padres en la educación de los hijos es urgente. Nos aprieta ver la facilidad con que los hijos pierden las enseñanzas de los padres. La rapidez con que los hijos “aprenden” las “enseñanzas” del colegio, del instituto o de los compañeros. Parece como si nunca hayan tenido padres, ni familia, ni catequesis…. Ni tantas otras cosas que deberían haber visto y aprendido en sus familias. ¡Qué responsabilidad y qué tarea, tiene la familia en este campo de la educación!

Sirva, pues, de recuerdo esta reflexión para asumir mejor la tarea familiar de ser la mejor escuela para educar. Y para que, educando, nos eduquemos en el amor y la dedicación a los hijos.

Buen curso y sincera dedicación. Los hijos lo merecen y lo necesitan.

Luis López

(del libro, “De la vida la mirada”)